Adictos al amor

«Uno debería vivir siempre enamorado. Por eso no debería casarse».


Oscar Wilde.

Hoy en día se habla mucho de las adicciones sin tóxico, es decir, de las adicciones en las que no intervienen sustancias como el alcohol, el cannabis o la cocaína; también conocidas como adicciones conductuales. Algunos ejemplos de estas son: la adicción al juego, a las compras, al sexo, a la pornografía, a las redes sociales o a internet. Hoy voy a hablaros otra de estas adicciones, de una que apenas se conoce, aunque muchos de vosotros/as os veréis rápidamente identificados, hoy hablaremos de la adicción al amor o, mejor dicho, de la adicción al enamoramiento.

No hablamos de algo romántico, ni de poesía, hablamos de una adicción y por tanto de química y de cambios en el cerebro. Cuando alguien se enamora experimenta una sensación muy peculiar, un placer tan intenso que no encontraremos otra cosa en la vida que sea comparable. Los colores son más brillantes, el aire más fresco, la gente es más simpática, todo es mucho más agradable; desaparecen los problemas y el optimismo y la felicidad se derrochan a caudales. ¡Embriagados de amor! ¡Qué bonito! Solo que esto se acaba, no dura siempre.

Así lo entendemos todos, y así lo vivimos todos. Bueno, todos no. Algunas personas no aceptan el bajón que viene al poco tiempo y buscan un perpetuo estado de enamoramiento. El cerebro se obsesiona con esos primeros estados del amor, igual que un heroinómano se obsesiona con la heroína o un alcohólico con el alcohol. Estamos hablando de una adición, porque no importa cuál sea el estímulo, es una cuestión de química.

En el cerebro enamorado aumentan los niveles de algunos neuroquímicos también llamados neurotransmisores, como la dopamina, relacionada con los circuitos de recompensa y el placer; la noradrenalina, responsable de la sensación de euforia o excitación y la serotonina, que actúa sobre las emociones y el estado de ánimo y es la responsable de la sensación de felicidad.

Estos cambios en la química cerebral son muy parecidos a los que se siente cuando consumimos drogas, por ejemplo, la cocaína, lo que hace es bloquear los receptores que eliminan estos neurotransmisores una vez han sido usados, aumentando así los niveles y provocando esa sensación de euforia y placer. Todas las drogas alteran, de una manera u otra, estos niveles en el cerebro, cada una con sus propios mecanismos. En las adicciones conductuales es la propia conducta la que provoca que se estimule la producción de estos neurotransmisores y de esta manera aumentan los niveles.

El cerebro, con el tiempo, vuelve a los niveles normales de estos químicos del amor, se estabiliza, igual que ocurre con las drogas cuando se toman durante un periodo largo de tiempo. Algunas personas lo interpretan como la pérdida del amor, cuando en realidad lo que ha ocurrido es que los receptores neuronales se han acostumbrado a ese exceso de neuroquímicos. La sensación tan inmensa de placer desaparece. Este proceso se conoce como habituación o tolerancia; de alguna manera el cerebro es menos sensible a los efectos de las drogas o, en este caso, de las conductas que cambian el equilibrio químico del cerebro. Entonces el adicto necesita aumentar la dosis para seguir sintiendo esa sensación de placer, busca ansiosamente recuperar el estado de embriaguez que tenía y para ello se embarca en relaciones peligrosas, conflictivas, hirientes, con peleas y reconciliaciones, celos, engaños, infidelidades. Sabotea las relaciones que funcionan en el momento en que el subidón del enamoramiento empieza a bajar y acusa al otro de todos los problemas. También puede ser que cambie constantemente de pareja, saltando de un idilio a otro, con tal de mantener viva esa sensación de novedad. Algunos pueden establecer varias relaciones a la vez, en una intriga tormentosa de infidelidades, engaños y mentiras. Cualquier cosa con tal de mantener ese subidón emocional, que el flujo de químicos no cese.

Puede que algún lector confunda esta adicción con la dependencia emocional o con la adicción al sexo. En la primera es una vinculación afectiva exagerada el signo más característico y en la segunda lo que encontramos es precisamente lo contrario, esto es, un desinterés afectivo. En la adicción al amor la vinculación afectiva es fuerte al principio y se deteriora cuando termina la novedad.